miércoles, 16 de noviembre de 2016

campo, guitarra y verso, capitulo 2


2
La abuela Eva miraba emocionada como Juan sacaba las primeras tonadas en la guitarra
-Salió muy re habiloso este niño- dijo ella
El muchacho había sacado una tonada simple, pero muy hermosa, una que la misma abuela Eva le había enseñado:
“A cantar a una niña
Yo le enseñaba
Y un beso en cada nota
Ella me daba.
Aprendió tanto,
Aprendió tanto,
Que de todo sabia
Menos el canto.

El nombre de las estrellas
Saber quería
Y un beso en cada nombre
Yo le pedía.
Que noche aquella,
Que noche aquella,
En que inventé mil nombres
A cada estrella.

Pero pasó la noche,
Llegó la aurora,
Se fueron las estrellas,
Quedó ella sola.
Y me decía,
Y me decía:
Lástima que no haya estrellas
También de día.”

Sacó aplausos del resto de la familia y un beso de su abuela
-Yo quiero aprender a tocar las canciones de Violeta Parra- dijo el niño
-Yo le voy a enseñar, mi niño-
El niño se puso feliz al escuchar eso.

La abuela Eva había prometido enseñarle a tocar las canciones de Violeta Parra apenas volviera de su viaje a Parral donde iba a tocar con su grupo folclórico, mientras tanto Juan intentaba sacar algunas canciones mirando el libro viejo que se había encontrado.

-Pa la noche de San Juan tenis que ponerte debajo de una higuera- le dijo Mauro
-¿Pa que?-
-Dicen que baja el diablo y te enseña a tocar guitarra-
Aunque Juan quería aprender a tocar guitarra le aterraba la idea de que se le apareciera el Diablo, había escuchado historias aterradoras sobre él; se les había aparecido a varios en la hacienda de Villa Clara, a Ña Filomena hasta la anduvo persiguiendo y Don Anacleto decía que a él había querido llevárselo al infierno.
-No, prefiero esperar a mi abuela mejor- dijo Juan

Esa tarde cuando volvió a su casa encontró a su madre llorando
-¿Qué pasa, mamá?- le preguntó
-Na’- respondió ella – solo me duele la cabeza-
Arrugó un papel que tenía en la mano y lo metió al bolsillo del delantal
-Ordena la mesa, Juan que vamos a tomar once-
Ella forzó una sonrisa y se fue a la cocina.
Juan sabía que ella no lloraba por el dolor de cabeza, algo más le pasaba.
Juan solo la había visto llorar cuando murió su abuelo y también cuando falleció un vecino muy querido por la comunidad.

Juan no era un niño muy curioso, pero deseaba saber que le estaba pasando a su madre, escuchó que hablaba con su abuela y se acercó a la cocina sigilosamente.  
-Con una carta y un par de pesos cree que soluciona todo- decía su madre- Al Juan le hizo falta un padre y él nunca estuvo, se mantuvo lejos y se mandó a cambiar con la primera que se le cruzó-
Juan frunció el ceño, ¿Estaban hablando de su padre?
-Que se olvide que tiene hijo- continuó- que se olvide de nosotros, no me va a convencer con unas monedas, yo no lo voy a perdonar nunca y si vuelve no voy a dejar que vea al Juan-

-¿Mi papá  vuelve?- preguntó Juan
 

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