-¿Cómo un muchacho tan lindo no tiene polola?-
Sus ojos me inquietaban, me ponían más nervioso, parecían desnudarme,
yo me sentía intimidado y ella parecía notarlo.
-¿O te dan miedo las mujeres?- me preguntó
-N-no-
-¿Seguro?-
Se sentó a mi lado, sentí calor, mucho calor
-Se…Seguro-
Sonrió. Dios, Que
linda era su sonrisa.
-Bueno, te dejo ir tranquilo, de seguro tienes muchas cosas
que hacer, gracias por ayudarme-
-De nada-
Salí de la casa un tanto aliviado, ignorando que mi corazón se
quedaba ahí con ella, que sus ojos y su sonrisa habían anidado en mi interior.
¿En qué momento me empezó a gustar Érica? Si yo siempre lo único
que hacía era mirarla desde lejos Jamás la hablé.
Tal vez me gustaba
porque representaba todo lo que yo no era: un espíritu rebelde y libre.
Ahora la veo y recuerdo el olor de su perfume, recuerdo su
risa y las margaritas que se le forman cuando se ríe.
Sí, me enamoré de Érica, mi sureña hermosa.
Y una mañana la volví a encontrar cuando fui al pan..
Me puse a tiritar como si estuviera hecho de gelatina
-Hola- me dijo
Dios, lucia hermosa.
Hizo que mi garganta se secara y que mi pulso se acelerara
-Hola- le dije como un autómata
-Nunca más fuiste a visitarme. ¿Tan mal te caí?-
-No-
Y de improviso me tomó del brazo

