Sin embargo Gabriel logró ganarse la
simpatía de su suegra y ella poco a poco lo aceptó como su yerno.
Paulina empezó a estudiar y su vida
pareció tomar un buen rumbo, hasta dejó los carretes a pedido de Gabriel.
Un día el le propuso algo inesperado:
-Vámonos a vivir juntos, pauly, conseguí
una buena pega, nos alcanzará para arrendar una casita y vivir tranquilos y
felices-
Paulina se entusiasmó con la idea; era un
nuevo proyecto de vida para ambos.
Se mudaron a un barrio tranquilo. El consiguió un muy buen trabajo y Paulina
pretendía seguir estudiando, pero las circunstancias la hicieron cambiar de opinión.
Después de unos meses de vivir con Gabriel
ella quedó embarazada y sus planes cambiaron: decidió posponer sus estudios al
menos hasta que su hijo estuviera grande.
Gabriel estaba feliz, sin embargo la maldita
rutina terminó por agobiarlos a ambos.
Llegaba tan cansado a la casa que ni
siquiera tenia ánimos para salir con
Paulina.
Ya no había palabras de cariño y el amor
que sentía en un principio parecía haberse esfumado y aquel muchacho simpático
del que ella se enamoró se había transformado en un ogro que ni siquiera le
decía un “Te quiero”, que ni siquiera le había preguntado como había estado su
día.
El nacimiento del bebé pareció cambiar
aquella situación y la alegría y el amor volvieron a la pareja.
Otra vez se hicieron presentes los tiempos
felices.
Pero pasaron tres años y el fantasma de la
rutina volvió a instalarse entre ellos.

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