La señora Elsa se puso pálida
-¡Robinson!-
Disimuladamente se fue hasta la puerta
donde estaba aquel hombre a quien nadie reconocía y que miraba fascinado a Juan
y la abuela Eva mientras tocaban cueca.
La señora Elsa lo llevó afuera
-¿Qué haces aquí?- le preguntó
-Es el cumpleaños de mi hijo, tenía que
verlo-
-Ahora te acordaste que tenías hijo, después
de todo este tiempo que lo dejaste solo-
-Me fui porque…
-No quiero saberlo ya-
-Elsa, yo…
-Ándate, no quiero que estés en mi casa,
no quiero verte-
-No me puedes negar que vea a mi hijo-
-Ahora dices que es tu hijo ¿Y todos los
años que lo dejaste solo?-
-Déjame explicarte-
-No quiero saberlo, ándate-
Robinson hizo un gesto de resignación y
se alejó.
-¡No te atrevas a acercarte a Juan!- le advirtió
la señora Elsa
La mujer volvió a entrar, la gente aplaudía
y vitoreaba a Juan y la abuela.
-¿Viste como tocamos la cueca, mamá?- le
preguntó Juan
-Muy lindo, hijo-
Pero la mente de la señora Elsa estaba
en otro lado; el regreso de Robinson había abierto viejas heridas que creía ya
sanadas.
-¿A que volvió? Solo a jodernos la vida-
-¿Qué pasó?- le preguntó la abuela Eva
-Robinson volvió-
-¿Qué?-
Elsa le contó todo a la señora.
-¿Crees que quiera llevarse a Juan?-
-No dejaré que se le acerque-

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